Más de cuarenta siglos habían pasado desde que Dios Nuestro Señor, a raíz de la caída original y en la misma hora que fulminaba su castigo sobre los culpables, dejó brillar, en medio de su enojo, un rayo de luz y de esperanza, precursor de su inmensa misericordia. Al tocar el turno a la serpiente tentadora, es decir al diablo, le dijo Dios: "Enemistades pondré entre ti y la mujer, entre tu posteridad y la suya: Ella quebrantará tu cabeza y tú morderás su talón". (Gen. 3, 15). La Tradición cristiana ha visto siempre en esas palabras, la gran promesa del Redentor futuro y de su completa redención o victoria sobre el pecado y el demonio. La Promesa divina se cumplió, hace ya casi dos mil años. Llegada, en efecto según el plan divino, la plenitud de los tiempos, como aurora divina de redención apareció María Inmaculada y llena de gracia, de la cual nació a su tiempo el divino Sol de Jus
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