Ésta es:
1º) Interior.
2º) Tierna.
3º) Santa.
4º) Constante.
5º) Desinteresada.
1. Devoción interior
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior.
Es decir, procede del espíritu y del corazón, de la estima que se tiene de Ella,
de la alta idea que nos hemos formado de sus grandezas y del amor que le
tenemos.
2. Devoción tierna
Es tierna, vale decir, llena de confianza en la
Santísima Virgen, como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción
hace que recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y
espirituales con gran sencillez, confianza y ternura e implores la ayuda de tu
bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia:
En las dudas, para que te esclarezca.
En los extravíos, para que te convierta al buen camino.
En las tentaciones, para que te sostenga.
En las debilidades, para que te fortalezca.
En los desalientos, para que te reanime.
En los escrúpulos, para que te libre de ellos.
En las cruces, afanes y contratiempos de la vida, para que te
consuele; y finalmente:
En todas las dificultades materiales y espirituales, María es
tu recurso ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar
a Jesucristo.
3. Devoción santa
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa.
Es decir, te lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima
Virgen y, en particular, su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega,
su oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad
ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina.
Éstas son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.
4. Devoción constante
La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante.
Te consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de
devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y
máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus tentaciones. De
suerte que si eres verdaderamente devoto de María, huirán de ti la veleidad, la
melancolía, los escrúpulos y la cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas
algunas veces ni experimentes algunos cambios en tu devoción sensible. Pero, si
caes, te levantarás, tendiendo la mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto
y la devoción sensible, no te acongojarás por ello. Porque, el justo y fiel
devoto de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos
corporales.
5. Devoción desinteresada
Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es
desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a
Dios es su Santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta augusta
Reina por espíritu de lucro o interés, ni por su propio bien temporal o eterno,
sino únicamente porque Ella merece ser servida y sólo Dios en Ella. Ama a María,
pero no por los favores que recibe o espera recibir de Ella, sino porque Ella es
amable. Por esto la ama y sirve con la misma fidelidad en los sinsabores y
sequedades que en las dulzuras y fervores sensibles. La ama lo mismo en el
Calvario que en las bodas de Caná.
¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su
Santísima Madre el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios
que le presta! Pero, ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número
estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones pública
y privadamente con no escaso fruto.
Muchas cosas he dicho ya de la Santísima Virgen. Muchas más
tengo que decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya
por falta de talento o de tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de
hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de Jesucristo.
¡Oh! ¡Qué bien pagado quedaría mi esfuerzo, si este humilde
escrito cae en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y
no de la sangre ni de la carne ni de la voluntad de varón (Jn. 1, 13), le
descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio de la
verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen, que ahora voy a exponerte! Si
supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar en tu corazón,
lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y soberana
señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con mi sangre en vez de
tinta trazaría estas líneas. Pues ¡abrigo la esperanza de hallar personas
generosas, que por su fidelidad a la práctica que voy a enseñarte, resarcirán a
mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido a causa de mi ingratitud e
infidelidad!
Hoy me siento más que nunca animado a creer y esperar aquello
que tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde
hace muchos años, a saber, que tarde o temprano, la Santísima Virgen tenga más
hijos, servidores y esclavos de amor que nunca y que, por este medio,
Jesucristo, reine como nunca en los corazones.
Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan
furiosas a destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel
de quien el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo o sepultar, al menos,
estas líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre a fin de que no sea
publicado.
Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica.
Pero, ¡qué importa! ¡Tanto mejor! Esta perspectiva me anima y
hace esperar un gran éxito, es decir, la formación de un escuadrón de aguerridos
y valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán al
mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida, en los tiempos, como nunca
peligrosos, que van a llegar.
¡Que el lector comprenda! (cfr.
Mt. 24, 15).
¡Entiéndalo el que pueda! (cfr.
Mt. 19,12).